A lo que puede llevarte un día de tormenta...
Me fui a acordar del sueño justo ahí, siempre oportuna, viendo cómo la vela a don Expédito iluminaba el especiero en forma de gorda. Nunca había estado mi casa tan tenebrosa a las diez a.m., ni con esas tormentas matutinas que me alegran el día. Había sido por una suerte de fusión subconsciente del loquero de Julio con los espíritus, médiums y materializaciones de la venganza de Dolina. Era entonces yo, afortunadamente acompañada, visitando casi turísticamente un manicomio que por motivos que un no-soñante no puede discernir, debía ser conocido y aprendido en toda su estructura y contenido.
Me encontraba en determinado momento con una interna que no hubiera creído paciente ni loca ni desequilibrada. No voy a darle el gusto a ningún terapeuta, reservando para mí y para el lector de este relato el diálogo con la mujer sin nombre ni número. La primera en emitir sonido fue una enfermera, bien representada por su uniforme y cara de enfermera (vaya cosa), haciéndome una pregunta descolocada: “¿Sabés hace cuánto murió su padre?”. Me sentí inmediatamente indagada, incluso atacada, y así hice un rápido cálculo cuyo resultado comparé con el de la otra paciente (la paciente, quiero decir). ¿Acaso iba a juzgarse una falta de desapego? Entonces mis siete-ocho años eran menos cosa que sus veinte, todo más justificado (falta de tiempo, un poco más de tiempo). Pero sin embargo veía a la lección caer sobre mí. Pesada, frívola lección de terapeuta, dejalo ir, él quiso irse sin antes pedir permiso. Patrañas, carajo.
En tres segundos -porque mi mente se está desacelerando paulatinamente- me sentí más paciente que nunca, autodiagnosticada, sello rojo en mi expediente, documentación e historia clínica. Alérgica, estúpida y loca. Cerró la boca un psicoanalista interno, callado por otro que iba a tomar la palabra en cuanto mi raciocinio interpretara la nueva información que me daba esta vez no la enfermera sino la paciente. “¿Creés en la energía?”, inquirió. ATPmonedaenergética, energía química, mecánica, cinética. Emmm, emmm, sí, claro que creo (¡qué diablos!).
“Pues lo que yo veo es más que un cúmulo energético, muchacha. Pura materialización (he aquí a Dolina cito por mi somnolencia), todas las noches, de mi padre que no entiende que es hora del descanso eterno y el paraíso interior”. Volví a mirar su rostro luego de varios minutos de contemplar algo que ahora no recuerdo y eso me llevó un poco más a aquella realidad, de ella interna, yo visitante, la otra enfermera. Sus rasgos dibujaban el terror y el cansancio por tanto terror y yo lo entendí: todas las noches el espíritu moldeado en materia, cosa rara pero palpable, mas también visible. Viví sus noches a través de sus pupilas dilatadas por la escasa iluminación del recinto. Luego del terror sentí culpa, culpa por temerle al viejito, porque al fin y al cabo yo estaba trasvasando su realidad a mi propia vida. Debatía en silencio, me dejé visitar por mi padre todas las noches y estúpidamente mis pupilas también se dilataron y ya no era la falta de luz, eso no.
[La vela a don Expédito se enaltece en la progresiva oscuridad.]
Hubiera hecho lo mismo que la enfermera, harta del silencio y de conversar con los internos. Me quiso rescatar, yo la escuchaba a lo lejos, acomodando sabiamente las palabras para que yo comprendiese la patología, para que saliera de una realidad que no era mía ni de nadie real (o cuerdo, no sé). Acompañé la mirada de mi compañera hasta la puerta que se entreabría dejando pasar un rostro sonriente, éra(mos) pura pupila. Ella y yo, que lo entendía todo, que veía entrar a esa masa con forma y energía, energía y forma de padre de ella. Sonreía tontamente, sin entender que era la hora del descanso, que no debía regocijarse por estar ahí y menos aún acompañado, menos aún acompañado por papá mío que se regocijaba de alegría al verme, repleto de materia y energía se estrellaba contra mis pupilas que comprendían todo, desde el terror hasta la materialización.
Imagen 1. De la vida y sus penas.