miércoles, junio 27, 2007

Esta tarde

Había un mundo afuera de las sábanas, las barrancas eran gratuitas y era fácil sentarse en ellas un rato finalmente. Tal vez la verdad es un poco más verdad así y lo improbable se hace imposible, tan sólo por impalpable. Y todo este color, este esfuerzo del sol por entibiar el viento, se convierte en el escenario enorme de una tristeza de mil actos.


Descubrí finalmente que en realidad es un enamoramiento con mi pena, conmigo apenada. La búsqueda de un romanticismo que todo lo puede por dentro pero jamás traduce a movimientos. El sentir puro y auténtico en alguien que luce miserable. Pude dedicarme unas veinte canciones y amarme con mi tristeza e incertidumbre, mi conocimiento absoluto de la nada y nulo de todo lo demás. Supe amarme pensándolo y llorándolo despacio, deseándolo como siempre o un poco más.

Quise hacer durar el día por muchísimo más tiempo del estipulado por las costumbres, tal como he querido prolongar el tiempo (o el destiempo, no sé) frente a una mesa de café o en una esquina de Las Heras. Porque supe sentirme a mí y puedo afirmarlo. Me entendí, feliz con mi pena eterna, incesante a pesar del contexto. Comprendí aquel vistazo al cielo en una noche de festejo embriagado, aquel suspiro en medio de un flirteo pasajero.

lunes, junio 11, 2007

mujeres viajeras, Dos

Y llegar a una Buenos Aires de ventanillas transpiradas. Volver a llegar pero en otro contexto, en un tren durante un invierno, verificando que la nostalgia es la misma y que la ciudad nos puede. De a poco ir guardando rostros en un cajoncito melancólico mientras Belgrano, desde allá abajo del puente, va trayéndonos unas obligaciones y una rutina que habíamos encomendádole guardar en el camino de ida.
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La neblina recuerda a una Londres jamás visitada, con el Big Ben porteño que decora Retiro. Tenemos que comentarlo para no volver a sentir ese nudo y dejar que el cajoncito siga acomodando. Nos reconforta planear nuevas formas de vivir nuestra Buenos Aires haciéndola un poco más Rosario, raleando hasta dejar una pequeña ciudad de barrios cálidos y siempreamigos. Asumir durante el cambio que sabemos acelerarnos tanto como la metrópolis, exagerando las responsabilidades sin entender ese andar ajetreado que nos estupidiza.
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Dos días en Rosario o quince en la Patagonia son lo mismo para la causa. De todos los viajes aprendemos algo y por eso es que viajamos.
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Nota al pie: Deleitoso sentir con los dedos torpes cómo se pierde la habilidad en el tipeo.