jueves, octubre 11, 2007

lo quiero, Ensenada.


… O supongamos que lo quisiera encontrar a usted de casualidad. Aunque la casualidad no existe, dicen… Porque en ese caso estaría yo buscándolo intencionalmente. Y si supiera algo, aunque mínimo, de su vida cotidiana, estaría yo, Ensenada, caminando aquellas calles, privilegiando ciertas panaderías. Compraría el tomate estúpidamente en la verdulería más cara y más lejana a mis aposentos tan sólo por haber recibido informe de su presencia allí.
_
Verá usted, Ensenada, que mis puros anhelos de encontrarlo en la casualidad e invitarlo a un café se convertirían en un triste comportamiento obsesivo. Por otro lado me sería imposible disimular el entusiasmo y la satisfacción de haberlo encontrado, delatándose así mi premeditada búsqueda. Y por más excelente que fuera mi actuación, ¿cómo podría justificar mi concurrencia a su barrio, a su circuito comercial? Pues damos por supuesto que el café se concretaría y luego el diálogo, evidentemente, no se limitaría a un simple cruce de palabras. Y ahora pienso más cosas, que ignoré por conveniencia y no porque no mereciesen importancia. ¿Quién me asegura a mí, Ensenada, que usted aceptaría mi falsamente improvisada invitación? Más aún, en el caso más optimista, ¿cómo sabría yo que usted está a gusto, que no se arrepiente de una decisión tan impulsiva (considerando que usted y/o su decisión fueran de esas características)?_
Y si superara mi objetivo todo obstáculo y yo estuviera enfrente suyo, usted a gusto, en una mesa de café, ¿qué le diría? ¿Cómo confiaría entonces en mi torpeza de enamorado? Entienda el pavor que me provoca dejar todo en manos de mi naturalidad, porque no puedo (no debería) preparar mi discurso con la merecida antelación. Y por otro lado, si me decidiera a tal estupidez debería elaborar varias alternativas para cada una de las posibles consecuencias de su reacción. ¡Y con lo poco que lo conozco a usted! Sería en exceso trabajoso, a un punto insoportable presiento. Y no es que usted no valga tiempo ni labor, Ensenada, todo lo contrario. Pero recuerde lo que le dije anteriormente, remóntese sin mareos a mis primeros renglones. ¿Se acuerda ahora de la espontaneidad? ¡Si es eso lo que más quiero! Cruzarlo casualmente en una verdulería o un almacén y por un deseo repentino invitarlo a tomar un café. Pero claro, casi vuelvo a olvidar que estaría yo buscándolo, Ensenada, y que sería obsesivo, porque la casualidad no existe o al menos eso dicen.

domingo, octubre 07, 2007

Uf.








Esta madrugada se lo comentaba a mi Vilches.

Últimamente se me ha dado por escapar, es lo único que necesito y lo que más disfruto. De una clase, una casa y hasta de un colectivo.

"Esto debe tener una base psicológica importante", agregué a mi confesión.

Me late a inconformismo.