sábado, abril 21, 2007

27 veces NO debo

Debe explicarse por el hecho de que uno va superando las cosas, o dejándolas a un lado cuando ya no tiene razón seguir cargándolas en la espalda. Es así que esta semana se me ocurrió hacer un viaje al pasado inmediato a través de papeles, cuadernitos y frívolos archivos de texto, recomponiendo una historia de dos que sólo yo viví, una historia de una que quiso que fueran dos._
Una tarde lo vi a Juan, un mediodía pude decirle mi nombre para que él lo repitiese, una noche pude sentirlo como lo había deseado y una mañana supe verlo partir. Tan pronto transcurrió todo lo real y tan larga fue la posterior ficción, que el muchacho quizás ni se imagine el cuento en el que me permitió vivir, una historia que conté una y mil veces a grandes amigos y ebrios confidentes._
Traté de recomponer todo eso, en un orden para nada cronológico porque esa clase de historias no tiene pies ni cabeza, y aquí están para todo el que quiera compartirlos, pedazos de lo que yo viví con y sin Juan:
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Tenés varias ubicaciones para elegir pero te acomodaste justo donde una vez habías besado a un viejo amor. Algunos recuerdos pero nada grave… tu enamoradizo corazón ahora quiere tomarse el ferrocarril Mitre que pasa justo por enfrente y contemplar la zona norte. Te reís por tu inconstancia pero sabés que es lo mejor para vos... quizás sería cuestión de dejar un poco más de lado el llanto, estas cosas se entierran si no causan placer alguno.
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Me inquietaba el asunto, leer un cuento y pensarte, identificarte con una mujer rubia y llamada Sara, soñar con darte el cuento y conmoverte (siempre quise conmoverte). Dejar huir el amor platónico y luego que todo pierda sentido, los maridos no son tan ideales y los hijos son mera descendencia y continuidad de una sangre que quizás no valga la pena perpetuar.
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La tonta imagen de la tonta mujercita vagando por los pasillos que combinan la E con la C. La ingenua que camina sin rumbo por un lugar que creyó su destino, que siente fuertes palpitaciones con sólo ser un pasajero más de la línea Mitre. La que se enamora tanto y por tan poco, tal vez para olvidarse de lo duro que es todo lo demás.
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Tengo ganas de verlo, ¿está mal? Tengo ganas de verte a vos, que nunca lo leés, que no sé dónde estás ni cuándo vas a volver de ahí pero igual te espero porque sé que la bendita rutina nos va a cruzar.
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Puede que estemos compartiendo este momento, aunque vos no lo sepas ni lo desees y tan sólo porque yo así lo quiero, como lo hago cuando duermo. Es posible que a veces me recuerdes o hasta quizás lo estés haciendo ahora... aunque no, eso es improbable […]
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Poco a poco iba pisoteando el advenimiento de lo inevitable. Ya podía divisar la estación y también, frente a ésta, la parada de su colectivo, ajena a todo pero con aires de protagonista. Notó que la mano de él se le iba resbalando desde su cintura hasta vaya uno a saber dónde y fue entonces cuando descubrió que hacía frío, que toda esa mañana había sido fría.
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Puede mentirse diciendo que no le gustó, también pensando que fue lo que esperaba. La imagen que le mostró el espejo del bar cuando subió al baño no hizo más que dificultar las cosas y los comentarios graciosos se tornaban dolorosos en el fondo. Luego las miradas y las voces le iban mostrando su derrota, pero igualmente, con vana fe, hizo una caricia a sus uñas mordidas como la forma más extraña de decirle “me importás”.
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Releerlo todo me hace sentir algo estúpida. No puedo decir que no tengo miedo, que confío en mí. No sé qué será de esto ni quién llegará a leerlo, hasta dudo que llegue a tus ojos. Pero, sin embargo, sigo escribiendo… y sin sentirme avergonzada, acepto lo aliviada que me hace sentir poder volcar todo al menos en un simple procesador de texto.
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Yo no le dije que se quedara ni que no era necesario que se fuera, no emití sonido ni menos palabra y Juan se fue. No me sirve demasiado encontrar ahora el manual, aunque tal vez sí para no perder a otros Juan, a otros que se van porque no entienden. Pero el manual no existe o es cosa inédita, es un hecho. Me queda lo mío y los libros sobre la gente, nada buenos pero sí valiosos, como la opinión y la autobiografía. Me quedan los libros, los Juan, lo mío y la autobiografía. Sin manuales pero con lo mío y tal vez un Juan lejano, un grito y un Juan lejano que tal vez lo escuche.
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Y las cosas no cambian, no cambian nunca, porque nunca dejo de sentirme confundida. Así como hoy iba a subir mi última escritura "mirando al chico de ojos castaños", ahora tengo ganas de agarrar ese papel y prenderlo fuego para que no quede ni el bollo.


viernes, abril 06, 2007

Más tuyo que mío

Me da tanta pena por ella. Si no hubiera dicho todo lo que me tenía que decir, esa boca sin respiro que hablaba tanto callando, esa tipa de palabras espacio en mi siempre ahogado cielo.

Salí de casa y el cuchillo que no dejaba de pedir mis detalles, de querer llenarse con mi destino manal trazado ya desde siempre, desde antes que ella fuera ella y que yo fuera él -o esa mentira, mismo fin- sin ella. La caminata no la puedo hacer de cabeza cielo, no la puedo hacer sin pensar en su dolor, en sus días nuestros pasando noches de vigilia compartida. Olvido así o vuelvo todavía más hundido por otra bestial menos con ella -afirmé.

Cruzo diferente el abandonado de siempre recordando la simpleza que mi ceguera negóme desde el principio (y pude verlo aunque...) y ahí ella, ella diciéndome que sí (un sí casi tan alejado como real), que siempre y después que nunca, pero que a veces puede pasar, a veces los nombres propios son los nuestros en lo diario. El tibio bolsillo y gritos cabezales en el andar, en un domingo de fondos grisáceos. El cuchillo tallado ya con el nombre. Camino y la imagino en ese instante, plegada en su triste memoria, en la recurrente desgracia.

Me da pena por ella porque puedo verla llorando (unos instantes espero sentir sus labios salados por la negra parca) y preguntándose el por qué, saliendo en busca de alguna inexistente e instantánea para después olvidarnos (en segundos de reloj, en miradas incontables), olvidarme y olvidarse del conmigo, del nosotros en el río o en el ancho caminar de ciudad, de mentir. Siempre tan afilada, siempre tan bestial... no sé cómo puedo pensar en destruirlo todo (claro que lo sé, pero se me escapa, huye tanto como mis verdades), en alimentar los apetitos. Me da tanta pena por ella que no sé si pueda hacerlo.

Miro un poco los pastizales amarillos entremezclándose con algunos nuevos verdes detestables, amarillos y amarillos, amarillos y con ellos no puedo dejar de quedarme. Tan quemados, tan filosa ella y tanta pena me da, tanta por ella. El cuchillo en mi temblorosa derecha, ahora en la izquierda pero solamente para sentir ese lado del que tanto se han ocupado en destruir ellas, ellas aunque no ella y por eso, por eso pena. Mi ceguera, mi evidente y latente tristeza, ¡qué pena!

Perdóname, de veras perdóname, pero tengo que seguir. Otoñales brotando de mis zapatos hasta alguna zona olvidada, de vuelta el chuchillo paseándose ¿indeciso? por este tiempo que no sabe hacer más que restar, que no sabe hacer más de lo único que nunca dejó de saber hacer. ¿Y estará? ¿Estará tan vista como siempre?

"Ahora tengo tantas cosas para hacer Javier, mejor otra vida." De acá hasta allí, latido propio y filoso, de allí hasta algún otro y próximo aquí, tan filosa. Tanta pena nos doy.

Guardó el cuchillo en su campera, en su pulóver, en su camisa y en su pecho, en un ahora ensangrentado y sano pecho.

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Escrito por un señor mayor, a quien aprecio infinitamente.