viernes, mayo 15, 2015

[apéndice completo]: descripción pseudo-técnica del niño



El niño soñó con un cuento, una princesa miope, montañas y un frío infinito. También soñó con la soledad, un camino promisorio y la libertad extrema que va de la mano del vacío. El niño sueña con extremos y los extremos son incompatibles; alucina, el niño, con el éxito y el fracaso por venir. Tiene miedo, cualquiera de sus historias compromete a la otra, la sacrifica. Cuando una historia muere, en cierta forma fracasa; y el niño le teme al fracaso más que a nada en el mundo.

Ante el temor inmanejable y la ausencia de palabra, el niño invoca la atención de manera violenta. No podrá encubrir su travesura y sólo de esta manera, exponiéndose al castigo inexorable, podrá descolocarse y llorar sus otros llantos. Invocando el caos, el niño encuentra confort para invitar a salir a su monstruo interno, ese bicho burlón que lo perturba con impotencia y conflictos de fantasía. Sólo y sólo en medio de ese torbellino, el niño no se avergüenza de su monstruo y se muestra ante los demás llorando su temor.

El niño no sólo actúa impunemente, a conciencia de que está causando daño, sino que, luego de descubierta o delatada su travesura, se somete al castigo con convicción. Se coloca en el rol de mártir para limpiarse de la impureza de sus actos. Está seguro de que ése es el mecanismo (callar, pecar, recibir castigo), no lo cuestiona. El niño se siente heroico por someterse al castigo. Para él, el objetivo primero es salvarse y lo persigue agachándose ante el látigo con sumisa expresión. Cree que el sacrificio es la primera y única forma de salvarse y prioriza la salvación porque no sabe salirse de sí mismo. 

El niño no sabe ver el todo porque no sabe ver al otro. De ver el todo (al otro), entendería que la salvación en realidad no importa porque el daño ya está hecho y las cicatrices estarán ahí siempre, en su corazón y en el de la mujer, para recordárselo. No concibe, el niño, la opción de sanar, de lograr, precisamente, una cicatriz sana y bien suturada. El niño no puede suturar porque le causa mucha impresión ver la herida que causó. Cuando el niño no se animaba a clavar su aguja (enhebrada por él mismo, con su voluntad y labor), la herida pedía a dolores sutura y la mujer pedía a gritos la ayuda del niño. El niño, que nunca supo salirse de él y fue siempre muy culposo -obsesionado con su salvación-, tomaba esos gritos como parte del castigo que merecía. Se sentía en regla con sólo someterse a recibir esos gritos, que muchas veces venían cargados de dagas venenosas que le hacían daño. La mujer, en su idiotez, creía que quizás el niño finalmente respondería si gritaba más fuerte y restregaba sus heridas.


Por esos gritos, que recibía en forma pasiva pero disciplinada, el niño creía que estaba dando lo mejor de sí mismo para salvarse. Salvarse, para él, era salvar también a la mujer, quien a su entender alcanzaría la sanación sólo y sólo si sus gritos eran escuchados. Algo así como si la mejor forma de curar a un enfermo fuera escuchando sus quejidos de dolor en lugar de aplicándole tratamiento. Una absoluta ironía.


1 comentario:

LucasM dijo...

Practiquisima introspección y concreto análisis de la mente. Las metáforas dan en el clavo. El remate es la cereza del postre además