domingo, noviembre 25, 2012

La primera vez (y todo lo que viene con la primera vez)

Allá por mi primera entrevista de trabajo...

Le agregaste una hora extra a tus cálculos y a las ocho de la mañana empezaste a prepararte con extrema meticulosidad, casi como si se tratara de una cita romántica. Es sabido que en estas situaciones la elección no está apoyada por un buen delineado de ojos ni por un pantalón un poco más ajustado que de costumbre, pero igualmente destinaste gran parte de la mañana a esos pequeños detalles para hacer del "todo" un algo-más-interesante. El estómago te está funcionando cual licuadora avejentada y la elección del desayuno se convierte en toda una cuestión aunque no quieras probar ni bocado. El viaje, por fortuna, es por demás conocido, lo cual quita gran parte de la tensión y te permite imaginar una situación totalmente ajena para escaparle a los retorcijones de panza.

Cuando faltan sólo dos cuadras caés en la cuenta de que estás llegando media hora antes, con los pies cansados, una cartera cargada de cosas y tu cuerpo, a todo esto, también cargado de toda la ansiedad. Te ponés el calzado adecuado (adecuado para las convenciones modernas porque sinceramente son un castigo al pie) en una de las calles perpendiculares a la avenida y te comés un caramelo por segunda vez (o un segundo caramelo, si se quiere), tratando de prolongar ese aroma artificial a moras que tanto te gusta. A un paso un tanto desconfiado te vas acercando a destino, sabiendo que vas a tener que hacer tiempo en ese paredón tan admirado por los conductores que padecen la lentitud del semáforo de ese transitado cruce de avenidas. No te duró mucho: esperaste un rato y decidiste que llegar quince minutos temprano era considerablemente sensato y, ciertamente, menos ridículo que treinta. En una odisea por entender esos galpones alargados de la universidad, encontrás la oficina en cuestión y un recepcionista de lo más descortés te avisa que en unos minutos tus nervios van a estallar. Para colmo, la supuesta o improvisada sala de espera (no sabrías discernir) no tiene asientos y tenés que simular interés por esas carteleras destinadas exclusivamente a los alumnos de una carrera cuyo objetivo todavía no podés comprender. Una lectura rápida, otra más detenida, una ojeada al entorno, una mirada de reojo al antipático al mando del teléfono y así, de repente, la mejor cara y postura para enfrentar al encargado de la entrevista que se te acerca con una amabilidad demasiado premeditada.

Para tu sorpresa ni siquiera recuerda las exageradas verdades de tu currículum, algo decepcionante, en parte, pero no desalentador. Te ofrece asiento en el medio de un laboratorio con varias personas de manos ocupadas y oídos atentos; te sentás erguida y con las nalgas bien acomodadas, tal como dice el manual del entrevistado (si es que tal cosa existe). Acto seguido, y sin dejar de mirar a los ojos a quien parece estar más incómodo de lo que debería, comentás aspectos poco interesantes de tu vida y respondés a preguntas símil test de Cosmopolitan, que, de tener algún sentido, lo deben mantener bien oculto. Nunca te habías puesto a pensar en "lo más loco que hiciste" (poner jerarquías a tus acciones te resulta un poco tonto) y "tus debilidades" sin dudas van más allá de lo que un laboratorio puede ponerte como obstáculo si la falta de experiencia no cuenta como respuesta válida.

Las preguntas se acaban y los silencios se prolongan. El interrogatorio se está acabando y tu cuerpo se da cuenta porque sentís cómo comienza a relajarse, aún cuando no considerás que los hayas impresionado. Un último intercambio de palabras te informa que si recibís un llamado vas a ser el último orejón del tarro (sic) de esa mini-organización universitaria. Sabés tus cargos, tu horario, tu sueldo y todo menos si algún día el teléfono va a sonar para que todo eso deje de ser un proyecto. Un mal presagio te hace sentir que no vas a ser vos la afortunada, aunque, si de fortuna se trata, quedarte con tu rutina no es una mala idea. La decepción se mezcla con las dudas, las ganas y las no ganas. No te queda más que dejar que todo siga su curso y hacer honor al consejo de abuela. Que sea lo que dios quiera.


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