sábado, julio 23, 2011

él -.

Me gustaría poder quedarme mirándolo por un largo rato –una cosa de minutos eternos. Sólo así sería posible comprender el movimiento de sus manos, lánguidas, mientras van dibujando círculos y firuletes en la piel de su nuca. Sólo así, entender ese recorrido que hacen, que siempre es el más sutil y presuntuoso, ya se trate del borde de una hoja, la silueta del enorme sacapuntas de su escritorio o las caprichosas vetas que se dibujan sobre el vidrio del ventanal luego de una fría llovizna. Siempre el camino más difícil, de la manera más elegante.
Son movimientos lentos, como de cine en tiempo real – ese de escenas largas que malgastan las horas de los ocupados empleados comerciales, pero extienden y alimentan las de aquellos que se sientan a recorrer la cicatriz absurda de algún inmenso árbol, en algún inmenso parque… Con la misma parsimonia, el mismo temple que se precisa para entender el recorrido de su mano –de un extremo al otro, por el camino más enrevesado, de la forma más elegante.

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