lunes, octubre 27, 2008

aireado.













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En esa época comíamos los chocolates Leger con pedacitos de almendra. Conocíamos a la perfección el recorrido de vinos de la ciudad, luego de largas y repetidas caminatas. Nuestro destino nocturno se regía por aroma a uvas fermentadas y precios bajos de cartas y carteles.
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Creo que los dos supimos disfrutarlo. Jamás nos reprochamos no haber modificado nuestras costumbres y, conociéndonos, eso me resulta suficiente prueba de que estábamos a gusto. Suena tal como quiero, a gusto. Porque no sólo éramos los interlocutores que necesitábamos, éramos también la compañía silenciosa que en nada se parece a la contradictoria pero tan habitual compañía ausente.
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Cada tanto, y muy cada tanto, nos mirábamos cómplices en la puerta de algún cine o teatro para darnos un gustito ocasional. Cada tanto (y menos cada tanto) nos empujábamos a la puerta de algún hotel para sentir y en un instante olvidar el frío de una habitación. Supimos querernos también con el cuerpo y algunas noches hasta creímos amarnos, los dos siempre tan sensibles e ingenuos. Sí, creo que supimos confundirnos y también disfrutar de esa confusión. Recuerdo bien una de esas noches, hasta creo ver el anaranjado colándose por las rendijas de la persiana; su mano áspera se paseaba por mi espalda y yo no podía dejar de contemplar sus ojos perdidos en la oscuridad, reflejando con un humilde brillo algo de aquella luz. - No puedo creer que existas, Hernán.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que lindo todo esto (¡y que rico el Leger con almendra!). Sobre todo que "a gusto" le suene tal como quiere.

El tema es que no sé si suena como quiero, o si en verdad suena como se le antoja a mi cabeza.
No. Ya no sé.

Anónimo dijo...

El antojo cerebral, sin duda.

Anónimo dijo...

Pero me gustaría disfrutar un tinto.....con todos mis sentidos.

Anónimo dijo...

Y tb., disfrutar de su compañía.