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En esa época comíamos los chocolates Leger con pedacitos de almendra. Conocíamos a la perfección el recorrido de vinos de la ciudad, luego de largas y repetidas caminatas. Nuestro destino nocturno se regía por aroma a uvas fermentadas y precios bajos de cartas y carteles.
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Creo que los dos supimos disfrutarlo. Jamás nos reprochamos no haber modificado nuestras costumbres y, conociéndonos, eso me resulta suficiente prueba de que estábamos a gusto. Suena tal como quiero, a gusto. Porque no sólo éramos los interlocutores que necesitábamos, éramos también la compañía silenciosa que en nada se parece a la contradictoria pero tan habitual compañía ausente.
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Cada tanto, y muy cada tanto, nos mirábamos cómplices en la puerta de algún cine o teatro para darnos un gustito ocasional. Cada tanto (y menos cada tanto) nos empujábamos a la puerta de algún hotel para sentir y en un instante olvidar el frío de una habitación. Supimos querernos también con el cuerpo y algunas noches hasta creímos amarnos, los dos siempre tan sensibles e ingenuos. Sí, creo que supimos confundirnos y también disfrutar de esa confusión. Recuerdo bien una de esas noches, hasta creo ver el anaranjado colándose por las rendijas de la persiana; su mano áspera se paseaba por mi espalda y yo no podía dejar de contemplar sus ojos perdidos en la oscuridad, reflejando con un humilde brillo algo de aquella luz. - No puedo creer que existas, Hernán.
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Creo que los dos supimos disfrutarlo. Jamás nos reprochamos no haber modificado nuestras costumbres y, conociéndonos, eso me resulta suficiente prueba de que estábamos a gusto. Suena tal como quiero, a gusto. Porque no sólo éramos los interlocutores que necesitábamos, éramos también la compañía silenciosa que en nada se parece a la contradictoria pero tan habitual compañía ausente.
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Cada tanto, y muy cada tanto, nos mirábamos cómplices en la puerta de algún cine o teatro para darnos un gustito ocasional. Cada tanto (y menos cada tanto) nos empujábamos a la puerta de algún hotel para sentir y en un instante olvidar el frío de una habitación. Supimos querernos también con el cuerpo y algunas noches hasta creímos amarnos, los dos siempre tan sensibles e ingenuos. Sí, creo que supimos confundirnos y también disfrutar de esa confusión. Recuerdo bien una de esas noches, hasta creo ver el anaranjado colándose por las rendijas de la persiana; su mano áspera se paseaba por mi espalda y yo no podía dejar de contemplar sus ojos perdidos en la oscuridad, reflejando con un humilde brillo algo de aquella luz. - No puedo creer que existas, Hernán.
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