domingo, marzo 09, 2008

Barrio de abuelas y plátanos (las extrañas de pelo negro)

Cuando le puse la correa ya sabía que no íbamos a ir al parque. Tampoco a un lugar bullicioso, no nos gustan y debíamos darnos el gusto esa mañana. Sin dudarlo crucé Santander, evitando inexorablemente los destinos antes mencionados, y nos llevé por el pasaje Juan de Castro, donde ambas sentimos el cosquilleo y algo que nos tomó como un imán de los pies y de las patas.

Hortiguera, la calle de la abuela, habría sido en exceso nostálgica. No quisimos doblar. Seguimos derecho y empezaron a aparecer las casi ruinas de las que en un momento fueron grandes fábricas y oficinas. Víctor Martínez logró conquistar nuestro andar y fue el pasaje al sur. Desde allí, casas de viejos personajes, la fábrica de zapatos, el kiosco con olor a tarde de domingo, otra fábrica, más fábricas. Luego doblamos hacia el este para alargar el camino (ella se veía satisfecha como yo). El paisaje se repetía: ese silencio amigable, interrumpido a veces por una chicharra, el canto de un pájaro, los ruidos de alguna casa (voces, cacharros); mujeres sonrientes en batones y chancletas y el olor a los almuerzos de Juana y Elena en una mezcla inigualable. Lo conocimos así y así debíamos volver a verlo.

Las dos llevábamos esa misma paz. Ni yo rezongaba ni ella ladraba, para mutuo asombro. Creo que pensé en muchas cosas durante ese trayecto, del pasado y el presente (un poco del futuro quizás). Me sentí apenada por esos momentos en que olvido el valor de todo eso que siempre me acogió. Recuerdo claramente lo que pensé mientras caminábamos por Picheuta, justo después de pasar por un pasaje llamado Caperucita: “No sé exactamente lo que es estar triste o estar feliz, caen lágrimas sobre mi sonrisa encendida. El aire nos abraza, estamos viviéndolo. Feliz o triste, estoy viva, y a veces me ocurre que lo olvido”.
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6 comentarios:

Bla. dijo...

Lo mismo me pasa cuando en el tren rutinario saco unos minutos la cabeza por la ventana para verlo doblar, como un gusano padeciente. Miro para atrás y para adelante, me despeino y vuelve a mí la imagen de una larga odisea en tren que alguna vez viví...

era tan joven...
mecacho

Bla. dijo...

PD: el barrio de mi abuela también es barrio de plátanos.

PD2: ¿por qué se llaman plátanos si no dan bananas?

Anónimo dijo...

a mi tambien me entristece la parca del olvido. quiza no puedo olvidar que estoy vivo, pero si ahogue ya tantas cosas. asusta.
a beber el vino del Recuerdo!

mik dijo...

¿Sé de esa odisea? Quiero.

"¿Por qué se llaman plátanos si no dan bananas?" Porque esto no es centroamérica, Pinaza. JA =)


Muas

mik dijo...

Pero no era tristeza exactamente lo que sentí. Era algo fuerte e indefinido.

Necesito un vino del recuerdo (aunque tenga tres en la mesada).

Mis cariños :)

elsiguiente dijo...

jallalla ella, y ella, y ella!