Había un mundo afuera de las sábanas, las barrancas eran gratuitas y era fácil sentarse en ellas un rato finalmente. Tal vez la verdad es un poco más verdad así y lo improbable se hace imposible, tan sólo por impalpable. Y todo este color, este esfuerzo del sol por entibiar el viento, se convierte en el escenario enorme de una tristeza de mil actos.
Descubrí finalmente que en realidad es un enamoramiento con mi pena, conmigo apenada. La búsqueda de un romanticismo que todo lo puede por dentro pero jamás traduce a movimientos. El sentir puro y auténtico en alguien que luce miserable. Pude dedicarme unas veinte canciones y amarme con mi tristeza e incertidumbre, mi conocimiento absoluto de la nada y nulo de todo lo demás. Supe amarme pensándolo y llorándolo despacio, deseándolo como siempre o un poco más.
Quise hacer durar el día por muchísimo más tiempo del estipulado por las costumbres, tal como he querido prolongar el tiempo (o el destiempo, no sé) frente a una mesa de café o en una esquina de Las Heras. Porque supe sentirme a mí y puedo afirmarlo. Me entendí, feliz con mi pena eterna, incesante a pesar del contexto. Comprendí aquel vistazo al cielo en una noche de festejo embriagado, aquel suspiro en medio de un flirteo pasajero.
Quise hacer durar el día por muchísimo más tiempo del estipulado por las costumbres, tal como he querido prolongar el tiempo (o el destiempo, no sé) frente a una mesa de café o en una esquina de Las Heras. Porque supe sentirme a mí y puedo afirmarlo. Me entendí, feliz con mi pena eterna, incesante a pesar del contexto. Comprendí aquel vistazo al cielo en una noche de festejo embriagado, aquel suspiro en medio de un flirteo pasajero.