Infusión, té de la tarde. Casi todo
silencio, excepto los vecinos jocosos y el clan-chin-pun de la
música. Los sábados en casa son una siesta. Ahora en octubre todo
un poco más verde, ya no la serenidad del horizonte. Me pregunto si
el color verde tendrá también algo de cálido. Me pregunto pero no
lo busco, hoy estoy saturada de información y, si hay algo que
pretenda hacerme colapsar, van a ser mis emociones, siempre gustosas de
desbordar.
Acompañamiento, pan con manteca. De
mis clásicos favoritos (otros: factura con dulce de leche, asiento
de atrás de todo en el bondi). No voy a traducir los diálogos de mi
mente, en general me pongo oscura -como ahora, que es de tarde- sólo
que menos honesta. A veces me pregunto si siempre pienso que es por
esta fecha o por esta etapa que entro en crisis. Crisis entendida
como caos mental, inestabilidad, incapacidad de lidiar con asuntos
emocionales triviales.
No tengo ganas. No tengo ganas ni un
poco y me pica el deseo, totalmente irracional. Me extraño, me
convoco, me invoco: “¿Vamos al cine? Te extraño”.