Todos
compartiendo una misma corriente alegre, danzando en la misma
vibración sin obstruirnos, sin pisarnos los pies. Alentando el uno
al otro en el goce de la melodía silenciosa. Así, como debe ser el
ánimo en un oasis. Y es lo mínimo que podía generarse, porque
parece como si realmente se tratara de seres que hemos estado
atravesando el desierto por días y días y finalmente encontramos,
en un punto geográfico limitado, la gracia de la vida otorgada por
un único y poderoso dios: el agua que fluye y elige reposar allí
donde le da la gana (o donde el sol la llama con menor ímpetu).
Es ésta
exactamente la definición de descanso. La arena es un cuerpo amorfo
que me abraza tal y como lo necesito, sea cual sea la posición en la
que me coloque. Se siente suave,me seduce, y yo le permito escurrirse
por cualquier rincón donde le venga de gana. Es impensable que sea
la misma arena que irrita el humor “empanando” los días de
playa. La diferencia es clara, sin embargo. En las costas se trata
del mar, y el mar está para otras cosas.